Ortega es siempre Ortega, auténtico, ése que dice lo que siente y que no se fija si alguien pudiera atragantarse con el "es chocante y queda mal que se prueben jugadores". El no habla para chocar. Y, entonces, no queda mal. Es el Ariel de la gente. Pero un día, una noche, no fue Burrito sino Palito. Y cantó: "Que la gente se quede tranquila, porque le vamos a dar muchas alegrías". La felicidad, ja, ja, ja, ja.
Ahora bien, en ese vestuario que venía de sufrir los cachetazos de Salvio no sobraban, justamente, sonrisas. Ni siquiera asomaban por encima de ese mentón inconfundible. En todo caso, el jujeño fue, junto con Vega (el violero de la Banda, claro), el único que entonó las sensaciones que dejó el traspié de River en el estreno de la temporada, en el debut de la Sudamericana. "Yo siempre quiero ganar y por eso me quedo con bronca porque no pudimos hacerlo, a pesar de que jugamos bastante bien. A Lanús hay que respetarlo, viene demostrando que es un gran equipo, pero no vamos a bajar los brazos: esto recién empieza y la serie está abierta, queda un partido y podemos darlo vuelta", avisó el 10. Y lo que también avisó, en la cancha y desde su lenguaje corporal, es que no estaba para aguantar los 90 minutos como finalmente sucedió, que a partir de los 10 del segundo tiempo fue perdiendo velocidad, precisión, brillo y claridad, cuestiones lógicas para alguien que contaba con apenas un amistoso en los últimos cuatro meses y que debió soportar una sobrecarga muscular en plena pretemporada.
Por eso, para que no sólo Ortega sino todo River le dé "muchas alegrías a la gente", Néstor Gorosito primero deberá hacer los cambios que pide el partido y no el hincha, saber cuándo es conveniente juntar a los cuatro fantásticos y cuándo es mejor cerrar los caminos de un equipo (Lanús) que se había jugado todo el resto a un palo por palo frenético. "Físicamente me sentí bien, lo que me falta es un poco de fútbol. En dos o tres partidos voy a estar más ágil, mucho mejor con la pelota", reconoció quien buscara casi religiosamente armar una sociedad con Buonanotte, su pichón dentro del plantel. Pero esa química, atractiva de a ratos, se agotó cuando al Burrito no le dieron las piernas y, por ende, ya no pudo usar la cabeza...
Fuente: Diario Olé