
En primer lugar, porque desconoció su historia, esa que encumbró al Antonio Vespucio Liberti como uno de los escenarios más destacados de Sudamérica, y ni hablar del país. Aquí, en Argentina, no hay cancha que cuente con los pergaminos suficientes como para al menos equiparar a ese monstruo que desde hace 71 años resplandece la esquina de Figueroa Alcorta y Udaondo. Y es por eso mismo que, por más que el técnico de la Selección advierta que sus propios dirigidos fueron los primeros en querer salir de Núñez, no hay jugador argentino que quiera terminar su carrera sin antes haber pisado el Monumental.
Que el campo de juego no estaba en condiciones, nadie lo discute. Al contrario, se trata de un reclamo que incluso el propio hincha de River pregonó en los últimos tiempos. Pero de ahí a denostar y minimizar a un emblema que -sin tener en cuenta a los espectadores- es visitado por un millón de personas al año, hay una distancia que Maradona no debió haber transitado. Además, después de todo, si este estadio al que ahora muchos basurean fue el preferido para albergar los partidos de la Selección, fue porque ningún otro estuvo siquiera cerca de mostrarse en mejores condiciones que el Monumental. Ni el últimamente inflado Gigante de Arroyito ni la supuesta caldera de La Bombonera fueron capaces de destronarlo.
Chicanas al margen, Maradona no debería olvidar que en el verde césped del Monumental se escribió gran parte del fútbol nacional. Allí mismo, Argentina levantó su primera Copa del Mundo, la única en territorio argentino, y entre otros tantos eventos destacables de su historia, se esconde el último partido profesional de aquél que hoy lo denigra. Ya ves, Diego, la grandeza del Monumental es tal que a todos, incluso a vos, cobija.
Fuente: LPM