
Y, encima, el delantero mandó a callar al hincha. A ése que tanto lo alentó, que le bancó las mil y unas. Pero no, Fabbiani no sabe de agradecimientos. El debería haberse ido con las manos juntas pidiendo perdón, no provocando.
¿Qué hizo en la cancha? Más o menos lo mismo de siempre. Perdió más de las que ganó y, de yapa, se perdió otro gol imposible debajo del arco. Al fin del primer tiempo y tras un tiro de esquina, a un metro de la línea remató sin convicción y el arquero visitante le tapó el grito.
En diciembre se termina, Fabbiani. Mientras, sería bueno que esta clase de jugadores, que precisamente no está en condiciones de mandar a callar a nadie, empiece a aprender de la humildad de los ídolos de verdad y no de los de animación.
Fuente: LPM