Si los mitos se alimentan de las distancias temporales y espaciales, Daniel Passarella empezó a ganar esta elección con la estrategia del silencio. Sus dos años alejado del fragor mediático le devolvieron el aura de prócer que había dilapidado en su segunda experiencia como DT de River.
Apareció, entonces, un aggiornado Kaiser que metió los pies en el fango del club más politizado del planeta. Con ciertas muletillas ("quiero europeizar la gestión y sudamericanizar el fútbol") se presentó con un estilo romántico, más cercano a Gandhi que a Maquiavelo. Pero la dinámica de la contienda electoral lo llevó a modificar su estrategia. Endureció su ceño y afiló su cruzada contra Aguilar. Así, pese a tener a su lado a varios ex oficialistas, capturó el voto bronca. Y capitalizó, como víctima, la campaña sucia en su contra.
Acertó también al no aceptar alianzas (otros candidatos vieron que dos más dos es seis). El éxito lo cabeceó finalmente en la jornada del sábado: recolectó votos con su terrenal presencia bajo la lluvia. El mito, vivo, se hizo realidad.
Fuente: Diario Olé
Un River decadente debe recuperar la grandeza
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