domingo, 8 de marzo de 2009

Domingos de fútbol

La intensidad con la que pasan los autos, los ruidos de los tacos y el perfume de mujer en las veredas, me deja reconocer que la noche del sábado ha llegado. Y eso me agrada, si llega el sábado es muy probable que no falte mucho para el domingo.
En el preludio de un día que viviré intensa y placenteramente, considerado una religión, suelo perder esas noches que se hacen desear durante la semana, para emprender viaje hacia la ciudad donde todo sucede.

El desenlace es siempre el mismo, viajar 500 kilómetros retorcido en un asiento en el que con el paso de los años, creo haber descubierto la mejor elasticidad de mi cuerpo. Pronto llegará la inmensidad del hormigón y de repente, todo eso que estaba lejos del silencio de los pueblos, me cae encima dando la bienvenida a otro rehén del capitalismo.

Y si no queda otra, llegó el domingo, domingo de misa y de viejos hombres y mujeres, domingo de un poco de silencio y ausencia en las calles, es domingo de almas y cuerpos abatidos por la noche, domingos de pasión, de folclore, de corazón y camiseta, es domingo de fútbol.
Los colores en el paisaje descubren todo, el humo de la parrilla con los chori´, la música y los bombos en las calles, una cancha en medio de un barrio con su historia, anucian que el mundo se paralizará por un par de horas, llegó la hora de la fidelidad y la inconciencia, de venerar la etnia y poner distancia al enemigo.

Entonces el clima no será mayor problema si el equipo está urgente de puntos, el alambrado separa la pasión del trabajo y la palabra de los hechos. Los tablones se tuercen y hamacan a la multitud que agrupa a trabajadores, comerciantes, estudiantes y ladrones, a católicos y ateos.
Suena el silbato que anuncia que un nuevo partido ha comenzado. De nuevo por dos horas, se pone en juego nuestro orgullo, nuestra impaciencia e histeria, la razón de estar en esta vida, nuestra felicidad, los sueños y todo lo que nos hace bien.

Seguimos siendo seres irracionales desde que comenzó a caer el día, aunque nunca lo aceptemos. Será el resultado del encuentro el energizante para la semana y la vuelta, y la comodidad de ese asiento que me espera dependerá del marcador.
Luego llegamos a casa. A la familia, los amigos y el trabajo. Nos espera la lucha de todos los días y el querer y no poder enderezar un país despedazado por nosotros mismos. Pero quizás no se haga larga la semana, si es que no falta mucho para volver a sentir los perfumes y los tacos por la calle.